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martes, 11 de junio de 2024

Leyendas de Granada. Esperándola del cielo. Fantasmas de Granada. La Dama de Blanco.

 

Leyenda esperándola en el cielo y fantasma de la Dama Blanca.
Esperándola en el Cielo. Leyenda del balcón 

Uno de los edificios más singulares de la Carrera del Darro en Granada es la Casa de Castril que actualmente alberga las instalaciones del Museo Arqueológico Provincial. Este Palacio fue propiedad del Tercer Señor de Castril, nieto de D. Hernando de Zafra que fue secretario de los Reyes Católicos y que recibió numerosos bienes por su ayuda en la conquista de Granada.

Casa de Castril. Museo Arqueológico.
Casa de Castril. Museo Arqueológico


Es un magnífico Palacio Renacentista en el que destaca su magnífica portada, es obra de Sebastián de Alcántara que fue discípulo de Diego de Siloé.


Pero al margen del edificio, de su bella traza, su patio, sus armaduras y sus bellas vistas sobre la Alhambra de Granada, una de las cosas que más llama la atención es el balcón exterior que se encuentra en la esquina del primer piso y que además de ser ciego, es decir, encontrarse tapado tiene sobre él una inscripción que dice “ESPERÁNDOLA DEL CIELO”. Esta frase no puede pasar desapercibida para nadie pues encierra una de las más tristes leyendas que hay en la ciudad de Granada.

Detalle de la fachada de la Casa de Castril en Granada.


LEYENDA


Siglo XVI y en este Palacio vive el Señor de Castril de estado viudo con su bella hija llamada Elvira. El señor de la casa es un hombre de principios, honor y respetado por todos. Especialmente está preocupado por mantener intacto el honor de su hija Elvira que destaca por su belleza, es muy celoso y escrupuloso de cuantos se acercan a ella.


Sin embargo poco podía imaginar que Elvira ya había sucumbido a las mágicas flechas de cupido y estaba enamorada de Alfonso de Quintanilla, apuesto joven que pertenecía a un linaje férreamente enemistado con el Señor de Castril.


Aprovechando las idas y venidas del padre, era cuando los enamorados aprovechaban para sus encuentros en el Palacio de la Carrera del Darro, sin embargo, un día el Señor de Castril regresó mucho antes de lo esperado, estando en la alcoba del piso superior Elvira con su apuesto amor D. Alfonso de Quintanilla. Ante la situación que se produjo, Luisillo, un joven paje al servicio de la casa, subió rápidamente a la alcoba para dar aviso de la llegada de su Señor, tiempo suficiente para que D. Alfonso pudiera abandonar el escenario de sus amoríos.


Quiso la vida que al entrar el Señor de Castril en la alcoba encontrara a Luisillo junto a su hija Elvira que andaba a medio vestir, el Señor de Castril no daba crédito a lo que sus hijos veían, pero no tardó en reclamar rápidamente la presencia del verdugo y ejecutor de la ley, para que allí mismo y desde ese mismo balcón ahorcara al joven paje por mancillar el honor de su hija. Fueron muchas las súplicas de Luisillo pidiendo clemencia y justicia e intentando explicar el malentendido, pero no había fuerza humana capaz de frenar la ira del Señor que bien le dijo al paje la siguiente frase:


“Pide cuanta Justicia quieras, ahí ahorcado puedes estar esperando la del cielo cuanto tiempo te plazca”.

Esperándola en el cielo
Leyenda esperándola en el cielo. 


Acto seguido y tras ahorcar al paje mandó cerrar el balcón de por vida y escribió la frase “Esperándola del cielo” y así ha llegado a nuestros días.


En esa misma habitación murió posteriormente Elvira que sumida en una fuerte depresión se suicidó tomando un fuerte veneno.


Esta leyenda tendría aquí su punto y final, sino fuera por algunos acontecimientos muy conocidos en Granada y que nos llevan a que tengamos que hablar de “LA DAMA BLANCA”. Una misteriosa figura de mujer, blanca, joven y bella.


Cuentan que estaba un día una trabajadora del museo arqueológico de turno, tenía fiebre, malestar y se encontraba fatal, sus compañeros le decían que se fuera a casa pero ella declinó, se fue a una oficina a sobreponerse, pero la fiebre iba en aumento llegando a los 40 grados. Fue en ese estado de duermevela cuando observó la figura de una joven y bella muchacha rubia a su lado que le ofrecía una sonrisa sanadora, la trabajadora se sintió tranquila y mucho mejor incluso le pidió a la extraña mujer que le diera protección y salud, y así dijo la joven que lo haría.


Momentos más tarde al llegar los compañeros la encontraron totalmente recuperada y sin fiebre. En una hora el cuerpo estaba en su temperatura y su estado fue de normalidad, Lo curioso es que esta trabajadora tenía una enfermedad que le hacía tener estos episodios de fiebre de forma habitual y prolongada en el tiempo, era una enfermedad yatrogénica, es decir adquirida en un hospital y resistente a los antibióticos. Tras una analítica se comprobó que el virus había remitido y lo atribuyó todo a la Dama Blanca.


En otra ocasión saltó la alarma siendo algo que estaba ocurriendo de forma habitual, la persona encargada acudió al museo sin que se encontrara rastro de fuego ni de ninguna anomalía, sin embargo se pudo comprobar que la sala en la que había saltado el sensor era la Sala IV del museo, la sala Romana que se ubicaba en la habitación en la que está el balcón tapiado y cegado.


Pero no sólo aquí tenemos hechos especiales, en la Casa de la Torre que pertenecía al Monasterio de San Bernardo los empleados aseguran haber oído ruidos de pasos en los pisos superiores cuando el lugar estaba vacío. También se ha hablado de fotocopiadoras que se han puesto a funcionar solas imprimiendo folios con frases incompresibles en lenguas sin sentido.

Casa de la Torre. Granada
Interior de la Casa de la Torre

Casa de La Torre en Granada
Interior de la Casa de La Torre


Y este es el fin de estas dos historias que se entrelazan en la historia una del siglo XVI y otra del siglo XX. ¿Es esa Dama Blanca el espíritu de Dña, Elvira?, como todo en la vida, las leyendas, leyendas son y los fantasmas haberlos hay los...¿Pero? ¿Hay en la Casa de Castril un fantasma que obedece al nombre de Dama Blanca? Os invito a visitar nuestro museo arqueológico sito en la Casa de Castril y que nos contéis vuestras experiencias.


sábado, 21 de octubre de 2023

Leyenda de la Virgen de los Angeles. Alhama de Granada.

Virgen de los Ángeles en Alhama


Una de las rutas más bonitas que podemos hacer en Alhama de Granada es la que va desde su casco viejo hasta la Pantaneta de Alhama recorriendo el paraje natural de los Tajos de Alhama, a medio camino de este bello paseo encontramos la Ermita de la Virgen de los Ángeles, un lugar del que poco se sabe respecto a su origen, pero que tiene una bella leyenda que ha ido pasando de generación en generación.


La ermita está excavada en la roca y cuenta con otras dependencias interiores, la imagen que actualmente se venera fue donada tras la Guerra Civil Española por Juan Ribera García.

Leyenda de Nuestra Señora de los Ángeles


Cuenta la leyenda que el día 2 de Agosto del 1500 ocurrió el siguiente hecho:


Venía un caballero de Málaga, y al pasar por la llamada huerta del Cañón, al parecer en el movimiento de algún reptil en la espesura, espantose el caballo, que roto el freno, partió al galope, despeñándose en el precipicio.


El jinete, seguro de una muerte segura, pidió a la Virgen tiempo para morir como cristiano, como sus antepasados. El ruego fue oído, pues, aún reventándose el caballo y lanzando al jinete a más de cien pasos de allí este se salvó.

El susto y la contusión le privaron de sentido, Cuando volvió en sí, miró al frente y vio una imagen de nuestra Madre en la oquedad de una roca, arrodillándose éste. Fue entonces cuando le dijo la Virgen que le quedaban tres días de vida, que le edificase un altar en aquel sitio, sacándole de su antiguo escondrijo.

El caballero que contaba con bastantes bienes pues era de alta alcurnia, dispuso que se construyera una ermita. Al año siguiente se celebraba una función religiosa, para colocar la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, y se colocó una cruz en el sitio de la catástrofe, que se conoce con el nombre de Salto del Caballo.

Desde ese día y hasta la fecha se acude en procesión hasta la ermita todos los 2 de Agosto de cada año como señal de agradecimiento y devoción a Nuestra Señora de los Ángeles.

Es costumbre de los caminantes, pararse para elevar una oración en dicha ermita y depositar alguna limosna.

Y aún hoy en día es posible ver en la piedra las huellas donde el caballo puso los cascos en su tremenda caída y quedando grabadas en la dura piedra las siluetas de sus herraduras.

Pantaneta

Bajada del pueblo hacia los Tajos de Alhama


El paseo que recorremos hasta llegar a este lugar es muy bonito, y contiene otros puntos de interés como viejas Fábricas de Harina o una serie de piedras que eran usadas como lavaderos antiguamente por las mujeres del pueblo. 

Otra de las dependencias interiores
de la Ermita de la Virgen de los Ángeles





 

domingo, 8 de enero de 2023

Leyendas de Granada. La casa de los Telarones.

 

Hornacina sobre una casa en el Albayzín. 
¿Será la de los Telarones?

Recientemente rememoré en una de las muchas visitas que hago por el barrio del Albayzín esta vieja leyenda de la casa de los Telarones que ya había leído, pero que mis viejas neuronas habían almacenado en lo más profundo de mi cabeza. De igual manera yo se la conté a otro grupo de personas en otro día de agradable paseo, quedando todos maravillados ante esta y otras historias que para ese día me había preparado, y tal y como dice “el maestro” y sabiendo que su propósito es que estas historias se difundan a cuanta más personas mejor, he aquí que os voy a relatar la leyenda de “La casa de los Telarones”.

Aljibe del Paso en el Albayzín. 


A fines del pasado siglo, los habitantes del Albayzín conservaban aún recuerdos de la ciega credulidad de los tiempos anteriores. Sin dificultad afirmaban ser cierto lo que se refería de la intervención de los espíritus invisibles, en los actos, de la vida de los mortales, y con fanática credulidad asentían a cuantas historias maravillosas se contaban relacionadas con el pasado.

Hornacina en la Plaza del Conde, en otra de las 
llamadas "Casas del Miedo". 


La Casa de los Telarones tenía la suya, y aunque fantástica, como hija de la imaginación popular, retrata perfectamente las costumbres de los pasados siglos.


¿Qué ocurría el 21 de Abril de 1774 que multitud de dependientes de la justicia se paseaban por la calle San Gregorio Alto, delante de una casa a la que atribuían ser morada de espíritus infernales?


La delación de la gente del barrio, había hecho que la justicia subiese por aquellas empinadas cuestas, para ver si era cierto todo lo maravilloso que se refería de esta casa. Asegurábase que en ella, trabajadores invisibles hacían funcionar a unos telares descomunales, produciendo unas cintas tan famosas, que eran la admiración de toda la ciudad. Añadían que de noche solo era cuando se escuchaba trabajar, y que de día era el silencio más absoluto el compañero de aquella morada.


Los golillas, aunque sin gana, pero esforzados por el bien parecer, penetraron en el edificio, y el desengaño que llevaron fue inaudito; creyéronse burlados al no encontrar en aquella casa, que estaba deshabitada, signos que demostrasen la existencia de ninguna fabricación.

Telar de Seda. 
Centro de interpretación de la Seda en Cájar. 


Salieron los ministriles corridos, y dieron parte a sus superiores. Pero el clamor popular se acentuó más y más; los ruidos continuaron por la noche, y cuando la autoridad tomó decidido empeño en averiguar la verdad de estos sucesos, presentóse al alcalde del crimen, que moraba en la calle de Elvira, un trabajador que hacía un año había llegado á Granada, con tres hijos suyos, y explicó la verdad de aquellos misterios. Poseedor de pocos fondos, había alquilado una mezquina habitación cerca de la casa vigilada por la autoridad, a causa del miedo de los vecinos, y excitando este, había hecho que no tuviese nunca inquilino. De este modo y comunicándose desde su vivienda con un gran sótano de aquella casa, tejía de noche sus hermosas cintas, que de día, pretextando eran traídas de fuera, vendía a los comerciantes de la Alcaicería. Con tal estratagema lograron algunos fondos, y antes de ser perseguidos como criminales, lo denunciaban a la autoridad.

Madeja de seda en el centro de interpretación de la seda
de Cájar. 


El alcalde del crimen holgó de tan astuto modo de vivir; mucho más cuando supo que eran artífices que habían perfeccionado el modo de ser de los telares granadinos. Contentase con reprenderles, y publicó en el Albaicín tal aventura, para desterrar el miedo de sus crédulos habitantes.

Placeta de la Cruz de Piedra. 


Pero nada logró. Todos siguieron creyendo de buena fe que aquellas cintas eran fabricadas por espíritus invisibles, y la Casa de los Telarones se consideró desde entonces como mansión del demonio, no habiendo quien de noche dejase de hacer la señal de la cruz, al acercarse a la referida casa.


Esta versión de la leyenda de D. Francisco de P. Vila-Real y Valdivia se basa a su vez en la escrita por Afán de Ribera en su obra las noches del Albayzín: tradiciones, leyendas y cuentos granadinos.

Antonio Joaquín Afán de Ribera



Estas leyendas son en su inmensa mayoría inventadas, y tan sólo algunas sí obedecen a cierto contexto histórico o a cierta tradición oral de hechos acaecidos en el pasado y que se fueron transmitiendo de generación en generación. De hecho muchas de estas leyendas de “las casas del miedo” se contaban a los niños para que se quedaran en casa junto a la chimenea y no estuvieran deambulando por las oscuras y estrechas calles del Albayzín.


Como siempre mi agradecimiento público a Eduardo Prados.

miércoles, 18 de mayo de 2022

Leyendas de Granada. El suspiro del moro.

 

El suspiro del Moro de Francisco Pradilla. 

Una de las leyendas más conocidas de la Granada musulmana es la del Suspiro del Moro. Granada ha caído y los Reyes Católicos han conseguido la capitulación y rendición de la ciudad, en la torre más alta de la Alhambra ondea el estandarte real y una campana llevada a tal efecto tiñe con fuerza para decirle al mundo entero que Granada es cristiana. Boabdil el último rey de Granada sale en comitiva y abandona la ciudad camino del exilio en tierras de la Alpujarra Almeriense, concretamente en Laujar de Andarax, dónde se le ha concedido unas tierras y rentas para poder vivir. En un momento dado gira la cabeza y observa por última vez el lugar que le vio nacer, la ciudad que amó y reinó y fue en ese momento cuando lloró y suspiró. Su madre entonces le dijo: “Llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre”. Una frase para la eternidad y que más de 500 años después todo el mundo aún conoce.


Pero vamos a intentar desgranar un poco más como fue ese aciago día en la vida de Boabdil y qué ocurrió.


En primer lugar vamos a ubicar el sitio llamado como “Suspiro del Moro”, hoy en día se encuentra junto a la Autovía de la costa, en un punto que todo el mundo conoce precisamente como “Suspiro del Moro”, entre los términos municipales de Otura y Padul y célebre por el restaurante que allí se encuentra. Es un lugar desde el que se divisa la ciudad de Granada antes de bajar ligeramente hacia la costa. Sin embargo es posible que este no fuera el lugar en el que ocurre dicha leyenda, pues varias teorías indican que el camino que usó Boabdil y su comitiva para llegar a tierras almerienses no pasaban por este punto y sí más bien por la Sierra del Manar que se encuentro justo al lado en los términos municipales de Dílar y Padul. Incluso hay que se aventura a decir que verdaderamente este punto se encuentra en Las Gabias y que de alguna manera Boabdil primero tomó dirección a Málaga, y justo pasado el famoso torreón de esta villa se produjo el momento comentado.


Boabdil


Las primeras crónicas sobre este suceso o leyenda vienen de muy antiguo, siendo el primero en hablar de ellas Hernán del Pulgar, famoso precisamente por ser protagonista de otras de las grandes leyendas de la reconquista cristiana la del Ave María y que en este blog ya hemos dado cuenta de ella. Hernán Pulgar cuenta con una ventaja muy importante, y es que vivió la reconquista de Granada y fue coetáneo a los hechos relatados, nos cuenta Hernán del Pulgar en sus crónicas lo siguiente:


“E como fue a su casa, que está en la Alcazaba, entró llorando lo que él había perdido, e díxole su madre, que pues no había seydo para defenderlo como hombre, que no llorase como mujer”.


En esta crónica vemos dos diferencias fundamentales con los hechos llegados hasta nuestros días, en primer lugar ocurre dentro del recinto de la Alhambra, por lo tanto Granada aún no ha sido tomada por los Reyes Católicos, es decir estamos aún en el año 1491, lo que nos indica que probablemente este hecho se produjera el mismo día en el que Boabdil y en secreto firmó las Capitulaciones de Santa Fe, el día 25 de Noviembre de 1491.


Boabdil en la Alhambra cuadro de Manuel Gómez Moreno


Posteriormente esta leyenda la menciona un franciscano, fray Antonio de Guevara que inventó la historia para deleite del emperador Carlos V durante su estancia en la Alhambra de Granada, cuando celebraba su luna de miel tras haberse casado con Isabel de Portugal, esto nos da la fecha del nacimiento del relato o leyenda; 1526. Han pasado 28 años desde la partida de Boabdil, y es probable que conociera lo escrito por Hernán del Pulgar, pero es él, el que sitúa el hecho en el lugar erigido entre Padul y Otura.

Al parecer y según cuenta él volviendo desde la costa hasta la ciudad de Granada, paró en un lugar dónde a unas cuantas leguas ya divisaba las altas torres de la Alhambra allí un morisco que servía de traductor le contó la historia que él plasmó en su libro “Epístolas familiares de Don Antonio de Guevara” en el capítulo de la carta número 19 y que dicen lo siguiente:


“Otro día después que se entregó la ciudad y el Alhambra al rey Fernando, luego se partió el rey chiquito para tierra de Alpuxarra, las cuales tierras quedaron en la capitulación que él las tuviese y por suyas las gozase. Iban con el rey chiquito aquel día la reina su madre, delante, y toda la caballería de su corte, detrás, y como llegasen a este lugar a do tu y yo tenemos agora los pies, volvió el rey atrás la cara para mirar la ciudad y Alhambra, como a cosa que no esperaba ya más de ver y mucho menos de recobrar. Acordándose, pues, el triste rey, y todos los que allí íbamos con él, de la desventura que nos había acontescido, y del famoso reino que habíamos perdido, tomámonos todos a llorar, y aun a nuestras barbas canas a mesar, pidiendo a la misericordia, y aun a la muerte, que nos quitase la vida. Como a la madre del rey, que iba delante, dixesen que el rey y los caballeros estaban todos parados: mirando y llorando el Alhambra y ciudad que habían perdido, dio un palo a la yegua en la que iba, y dixo estas palabras: “ Justa cosa es que el rey y los caballeros lloren como mugeres, pues no pelearon como caballeros”.

“Muchas veces oí decir al rey Chiquito, mi señor, que si como supo después, supiera allí luego lo que su madre dél y de los otros caballeros había dicho, o se mataran allí unos a otros, o se volvieran a Granada a pelear con los cristianos”.

Esto, pues, fué lo que me dixo aquel morisco, y estroto día me preguntó el emperador, mi señor, no sé que cosas de la visita, y a revueltas de otras le conté ésta que aquí he contado, el cual me dixo estas palabras “Muy gran razón tuvo la madre del rey en decir que lo dixo, y ninguna tuvo el rey su hijo en hacer lo que hizo, porque si yo fuera él, o él fuera yo, antes tomara esta Alhambra por mi sepultura, que no vivir sin reino en el Alpuxarra. “


Fray Antonio de Guevara viajaba camino de la ciudad de Granada proveniente de la costa, realizando un trabajo e investigación para la corte sobre la problemática Morisca. Es en este punto, dónde el lugar que hoy conocemos como “Suspiro del Moro” pierde su sentido en ser el escenario de los acontecimientos, pues las viejas rutas y caminos pasaban por otros lugares.


Puerto del Suspiro del Moro. Fuente Tripadvisor



Tres son los itinerarios que habían en la Edad Media y que perfectamente pudo coger Boabdil:


El primero desde Granada a La Zubia, Dílar y por la Sierra del Manar por el sendero de “las rajas” hasta el Padul.

La segunda ruta iría hacia Armilla, de ahí a Las Gabias y rodeando La Malahá, giraría hasta el suspiro.

Y la tercera ruta, la más acorde con la leyenda, iría de Granada a Armilla, Alhendín y finalmente Padul por el Suspiro del Moro.


La historia sigue siendo recogida por los cronistas dedicados a recoger la historia de Granada, Luis Mármol de Carvajal o Bermúdez de Pedraza, en ambos casos ni mencionan el lugar exacto, ni hacen referencia al suspiro del moro.


Es Henríquez de Jorquera, el primero que usa el término “Suspiro del Moro”, él escribe sus crónicas en el siglo XVII.


El catastro del Marqués de la ensenada, ya recoge el topónimo de “Suspiro del Moro”, como una venta a tres leguas del Padul.


Pero la historia siguió atrapando a cuantos investigaban, leían y estudiaban los hechos acaecidos en Granada en aquellos días de primeros de Enero del año 1492. Está claro que el único que pudo estar en aquellos momentos fue Hernán del Pulgar y que Fray Antonio de Guevara tuvo que leer sus crónicas. A partir de este momento se produce lo que hoy llamamos “copia y pega”, y la historia va viajando a través de los siglos, con cierta mezcolanza entre realidad y ficción.


Juan de Echevarría en el siglo XVII o Washington Irving en el siglo XIX, son otros de los autores que elevan a los cielos la leyenda del “Suspiro del Moro”. Manuel Alcántara, Pedro Antonio de Alarcón, hasta Zorrilla siguieron engrandeciendo el cuento y relato del “Suspiro del Moro”.


Hoy en día se siguen escribiendo libros, creando música, cuadros, espectáculos en torno a esta famosa leyenda del Suspiro del Moro. Pero... ¿Qué ocurrió verdaderamente?.


Obras literarias. 


Difícil es saberlo y cada investigador y estudioso del tema aporta su granito de arena en intentar esclarecer los hechos, hemos de tomar como más cierta la versión de Hernán del Pulgar pues estuvo en el escenario de los acontecimientos y como más novelesca la crónica de Fray Antonio de Guevara. Cierto es que Boabdil entregó las llaves de la Alhambra junto a la ermita de San Sebastián, allí estaba el Rey D. Fernando, previamente los cristianos ya habían tomado la Alhambra e izado el estandarte rea. Boabdil salió por la puerta de los siete suelos y descendió con su comitiva hasta la ribera del Genil. Mientras Isabel la Católica esperaba en Armilla protegida por el ejército en temor de una posible traición de última hora.

En la ribera del Genil junto a un morabito hoy Ermita de San Sebastián, se hizo la entrega de llaves, y se entonó un te deum por las tropas cristianas. Siguió Boabdil su camino, y llegando a Armilla se encontró con la Reina Isabel la Católica que en cumplimiento de los pactos sellados le devolvió por fin a sus hijos.

La comitiva de Boabdil seguiría su camino, siempre pensando que lo hace por la vía Armilla-Alhendín-Padul, estamos en Invierno el sol se pone pronto sobre las 16:30 horas, por lo tanto visto todo lo ocurrido ese día, y la distancia que hay entre Granada y el Padul y la velocidad a la que viajaría una comitiva como la de Boabdil y por los caminos de entonces, nos hace pensar que de ser cierta la leyenda el mejor camino y más directo sería el mencionado, de tal manera que en los últimos instantes de la tarde y antes de que anocheciera, y desde el punto llamado hoy en día “Suspiro del Moro” se produciría el llanto y suspiro más famosos de la historia de Granada.


El suspiro del Moro. 



Bibliografía y Webgrafía:


Epístolas familiares de D. Antonio de Guevara. 1618

El último suspiro del moro que se inventó un obispo de Guadix. Gabriel Pozo Felguera. El independiente de Granada. 4 de Febrero del 2018.

El suspiro del moro. www.granadaporelmundo.com

El suspiro del moro: leyendas, tradiciones ,historias referentes a la conquista de Granada. Emilio Castelar.

El último suspiro del Rey Boabdil. Leonardo Villena Villena.




Vídeo de la serie Isabel en el que se relata el "Suspiro del Moro". 

domingo, 13 de febrero de 2022

Leyendas de Granada: Piedra blanca y Piedra negra en la Abadía del Sacromonte.

 

Piedra Negra. 

Volvemos al mundo de las leyendas de Granada y viajamos hasta la Abadía del Sacromonte y hasta sus santas cuevas, dónde encontramos unas de las leyendas más conocidas y todavía veneradas en la ciudad de Granada, la leyenda de la Piedra Negra y la Piedra Blanca. Pero antes entremos un poco en historia.


La historia de esta Abadía empieza a finales del siglo XVI, cuando en el monte Ilupitano, conocido hoy como el Sacromonte, se encuentran los restos de unos hornos romanos en los que se encontraron los restos de San Cecilio y de sus compañeros San Hiscio y San Tesifón, así como una serie de planchas de plomo mundialmente conocidas como los “libros plúmbeos”, unos falsos históricos. Falsos porque todo lo que hay escrito en ellos es una invención de los moriscos Alonso del Castillo y Miguel de Luna, pero históricos pues obviamente son del siglo XVI.


Vistas de la Abadía


A partir de este momento el Arzobispo Pedro de Castro Cabeza de Vaca y Quiñones, hace de este hallazgo su único fin y objetivo en este mundo, decide construir la Abadía del Sacromonte y hace de Granada la nueva Roma , una ciudad sacra, hasta 1200 cruces hubo en el Sacromonte, a fecha de hoy tan sólo 5 perviven.


San Cecilio se convierte en el nuevo patrón de Granada, pues anteriormente era San Gregorio Bético, y en la construcción de la nueva Abadía, lo primero que se construye es la Iglesia y las Santas Cuevas, cuyo lugar más importante son los restos del horno en los que se han encontrado las reliquias de San Cecilio y que se refuerza con cuatro columnas toscanas.


Horno de San Cecilio


Es Ambrosio de Vico el que construye las cuatro capillas, los túneles que las comunican y las columnas toscanas. En primer lugar está la Capilla ochavada de la Dolorosa, le sigue el Horno de San Cecilio, por último está la Capilla y Santiago y una Capilla dedicada al Crucificado. Es precisamente en estos últimos espacios en los que encontramos las piedras que dan origen a la leyenda que vamos a relatar.


Piedra Blanca



Las piedras estaban en el lugar a la hora del hallazgo de los libros plúmbeos y bajo ellas se encontraron algunas de las planchas.


La piedra Negra es la de las solteras, y cuenta la leyenda que aquella que la toque casará. Mientras que la otra es Blanca y que aquél que la toque se librará de su pareja por la vía más dura y triste, la muerte. Una cartela sobre cada una de las piedras nos dice lo siguiente:


“Esta piedra, y la otra que hay empotrada en la galería que circunda la capilla llamada de Santiago, se ha conservado como monumento arqueológico, porque debajo de ellas estaban los libros de plomo redondos, escritos en árabe, en número de veinte y uno, y que durante cierto tiempo se atribuyeron a los mártires iliberitanos.

Esta librería plúmbea fue reclamada por el Papa Urbano VIII para su traducción y calificación; y en efecto, fue llevada a Roma en 1642 por dos Prebendados de esta Colegiata. En su interpretación se ejercitaron los más sabios lingüistas de aquella época, disintiendo muchos los pareceres , y originándose ruidosas contiendas , a que puso término el Romano Pontífice en 1682.

Cualquiera otra significación o virtud que se atribuya a estas piedras es arbitraria y ridícula”.


Cartela



Curiosamente Francisco de Valladar en su guía de Granada relata que cuando la infanta Isabel visitó el Sacromonte en 1882 hizo que sus hijas besaran la piedra negra, curiosamente ambas obtuvieron matrimonio.


Parece ser que los efectos “milagrosos” sólo tienen validez en el día de San Cecilio, en el que toda Granada peregrina al Sacromonte y sube sus cuestas hasta llegar a las Santas Cuevas, y que el resultado no se deberá demorar más que el mismo año natural de la petición.


Piedra Negra



Afortunadamente la piedra Negra es la que está más gastada y erosionada por el contacto de las manos, mientras que la piedra Blanca es menos querida y casi que uno pasa por la galería pegado a la pared por si las moscas se roza y tal como se dice en Granada “no vayamos a pollas”.


Piedra Blanca. 



No es de extrañar tampoco que muchas de las mozas que suben a estas Santas Cuevas, casi un mes antes aproximadamente, subieran a la Torre de la Vela el día 2 de Enero para tañir con tres fuertes golpes su campana, pero esto es otra historia que ya se contará en este blog.


jueves, 5 de agosto de 2021

Leyendas de Granada: La laguna de Vacares.

 


Sierra Nevada tiene en su territorio una gran variedad de lagunas y lagunillos, algunas de ellas muy conocidas como la laguna de las Yeguas, otros algo escondidos y difíciles de acceder como el lagunillo misterioso, pero también hay lagunas llenas de leyendas e historias, y sin duda alguna la laguna de Vacares es su mejor referente, se encuentra bajo el Puntal de Vacares en una de las zonas de la Sierra menos transitadas, de hecho se queda lejos de la estación de esquí de Pradollano y del eje Veleta-Mulhacén tan transitado por excursionistas y montañeros. Está a una altura de 2869 metros es una laguna de origen glacial con una gran profundidad, lo que ya de hecho le da un aspecto siniestro, no cuenta con salida de agua como otras lagunas de Sierra Nevada.


Históricamente las gentes de Sierra Nevada han dicho de esta laguna que es un ojo de Mar que comunica con el Mediterráneo, que encierra un filón de oro en sus profundidades, que encierra un palacio moro, o que da albergue a un pájaro blanco que anuncia la muerte entre otros. Estas leyendas han sido recogidas por varios autores como Fidel Fernández o Titos Martínez, y a continuación vamos a reproducir algunas de ellas.





Leyenda del “Pájaro blanco de Vacares”.


Hace ya muchos años que tres cazadores de cabras monteses que seguían los rastros de una res se perdieron en los laberintos de la Sierra, y se encontraron, ya bien entrada la noche, en los precipicios que rodean a la Laguna de Vacares, de donde era imposible salir sin luz del día. Buscaron, pues, una oquedad en la que guarecerse, y se prepararon a dormir al abrigo del refugio improvisado, quemando algunas ramas de sabina para calentarse.

Era una noche tenebrosa. El cielo estaba cubierto de nubes, y temiendo el ataque de los lobos, acordaron que uno de los cazadores vigilara junto al fuego, mientras los otros dos se envolvían en mantas, con la carabina al alcance de la mano.

Buen rato llevaba de centinela el cazador a quien correspondía el primer tercio de la guardia, cuando observó una lucecilla brillante y azulada, que como estrella fugitiva giraba junto a él. Arrojó, alarmado, un haz de leña sobre los rescoldos de la hoguera, y al lograr un vivo resplandor que disipó la oscuridad pudo apreciar que la luz que tanto había llamado su atención brillaba entre los ojos de un pájaro blanco, que le miraba fijamente.

Requirió el cazador la carabina, y apuntando con cuidado, hizo fuego. La detonación retumbó de roca en roca como un trueno formidable; se apagó de repente la blanca lucecita, y del lugar donde el ave posaba sus plantas, surgió una hermosísima mujer vestida de blanco, que lo miraba sonriente, llamándolo con palabras de amor.

Cuando al amanecer despertaron los otros dos cazadores, hallaron junto a las cenizas de la hoguera el rifle disparado de su compañero, y a pesar de registrar los alrededores con cuidado, no lo pudieron encontrar entre las rocas que se acumulan en Vacares, por lo cual dedicaron el día a recorrer uno por uno los recovecos cercanos de la Sierra, volviendo cerca del ocaso a refugiarse en la misma guarida que les cobijó la noche anterior.

Se acostó bajo la roca el más joven de los dos, y comenzó el mayor la vigilancia, paseando, arma al brazo, junto a la hoguera chispeante. Un ruido extraño le hizo fijar la atención en una hermosa ave blanca, que en círculos espaciosos y pausados se cernía sobre él. En la frente de aquel pájaro brillaba un magnífico diamante, que despedía destellos azulados. El cazador quedó absorto. El ave se detuvo de pronto, inmóvil sobre una roca, tapándose con un penacho de plumas la luz que fulgía en medio de su frente, y dando lugar a que el montañés, repuesto de la impresión, apuntase con la escopeta e hiciera fuego sobre el pájaro, que se transformó en una mujer admirable, ante la que cayó fascinado, de rodillas, el cazador de monteses.

Cuando a la mañana siguiente despertó su compañero, se encontró solo, absolutamente solo, en la orilla de la laguna de Vacares. Poseía el valor nativo de los montañeses y no le arredró la soledad. Decidido a desentrañar el secreto de aquellas misteriosas desapariciones, se preparó a pasar la noche vigilante en la misma gruta que les había servido de pasajero refugio. Encendió lumbre, puso a mano la escopeta y se recostó sobre la roca, dispuesto a pasar la noche en vela.

De pronto, brilló una cosa blanca al otro lado del fuego; lo blanco tomó forma de ave que se transformó en una mujer muy hermosa. Ligera como el viento, y antes de que el cazador hubiera podido incorporarse, estaba a su lado la bella aparición, y tocándole con un dedo entre los ojos, lo sumió en un profundo letargo.

La ondina, mirando fijamente al cazador, fue presa de un estremecimiento y, cuando quiso arrastrar al joven hacia la laguna, notó una sensación extraña que nunca había experimentado. ¡Qué bello es!, se dijo. Quedó unos instantes en silencio, reflejando en su rostro huellas de una profunda emoción; pudo, al fin, dominar la perfidia de sus instintos destructores, y se fue inclinando poco a poco hasta poner sus labios en la frente del cazador, donde depositó un beso de pasión. ¡Este no! –murmuró sonriendo– ¡Tan joven! ¡Tan bello! ¡Perezcan otros por él! ¡Este será mi amante, y yo seré su esclava, si me concede su amor!

La bella aparición recobró la forma alada, y colocando sobre su lomo al dormido cazador, se lanzó a la laguna, atravesó sus ondas, y pronto estuvo con su preciosa carga en la gruta misteriosa que le servía de guarida.

Cuando el cazador abrió los ojos en un palacio de cristal, iluminado por diáfana claridad, tenía a sus pies, rendida y sonriente, a la misteriosa dama blanca que solicitaba sus amores.

Aquella gruta resultó para el joven cazador un paraíso en miniatura. Los días pasaban sin sentir. El pájaro blanco, siempre a los pies del mancebo, dejó de presentarse sobre la tierra, y sólo vivía para el galán afortunado. Mucho tiempo transcurrió sin que iluminara con su luz fosforescente las sombrías laderas de la laguna de Vacares.

Un día, sin embargo, despertaron sus apetitos carniceros y abandonó por unas horas al mancebo, para volver a sus acechaderos de la Sierra. Curioso, el cazador se entretuvo en recorrer las galerías del dorado calabozo, en una de las cuales, y entre restos de pastores devorados por la ondina, reconoció los de sus compañeros.

Se apoderó de él un terror profundo, y el recuerdo de sus padres le trajo el deseo ardiente de salir de allí. Pero no le era fácil conseguirlo, ni hubiera podido 1ograrlo si, guardando un profundo disimulo, no hubiera sugerido una noche a su guardiana la idea de que lo sacara, siquiera por unas horas, a pasear sobre la superficie de la tierra.

Extendió la bella ondina, convertida en ave blanca, las dos alas por el aire; y a caballo sobre ellas el amante, remontaron hasta una roca erguida en medio de un valle solitario. Sacó entonces el cazador un pequeño crucifijo que su madre le había colocado sobre el pecho al despedirlo para su excursión a la Sierra, y lo puso ante los ojos de la ondina, protegiéndose la cara con la efigie del Redentor.

Verla, y lanzar el pájaro blanco un lúgubre graznido, fueron hechos simultáneos; quiso avanzar sobre el mancebo, pero se halló sujeta por una fuerza sobrenatural y misteriosa, y airada y rugiendo, se fue alejando poco a poco, hasta que se perdió en las tinieblas de la noche. Varios pastores la han oído de noche llamando a gritos al cazador de la montaña.

No hay noticias desde entonces de que un solo mortal se haya librado de las garras del pájaro-mujer. Cuantos han recibido su visita en las alturas de la Sierra, han sido implacablemente atraídos hasta los bordes de la laguna, y arrastrados bajo sus aguas tenebrosas. La ondina no ha vuelto a sentir amor ni compasión. Cuantos han tenido la desgracia de verla, han hallado la muerte al mismo tiempo. ¡Ay de quien la encuentre en las soledades de la Sierra.





Otra de las leyendas de esta laguna de Vacares es la siguiente:


Yace la Laguna, que califican de traicionera, y a la que nunca acercan sus ganados los pastores de la Sierra, en el fondo de una profunda sima, que le da aspecto terrorífico en medio de aquellas soledades, rarísima vez pisadas por la planta humana, y casi siempre coronadas por un turbante de nubes.

   En tiempo de los moros, hubo en las alturas de Sierra Nevada un espléndido palacio, rodeado de bellísimo jardín. Eran de mármol y de serpentina las solerías, y de estucos y alicatados, como los bellos aposentos de la Alhambra, las paredes. Espesas arboledas se prolongaban hasta un lejano cerco de montañas, manteniendo el palacio aislado y oculto de la curiosidad de los mortales.

   Allí vivía una bellísima princesa, cuyo padre, el Rey moro de Granada, la sometió recién nacida al estudio de los sabios, mandándoles descifrar el Destino de la niña en el libro de los astros. El horóscopo anunció que la princesa moriría al conocer el Amor, y el Rey, queriendo oponerse a la fatal sentencia, fabricó el palacio en el sitio más inaccesible de la Sierra, mandando que nadie se acercase a aquel lugar, donde la encerró bajo la vigilancia de una mujer de confianza: la discreta Kadiga, de los cuentos alhambreños.

   Pasaron los años, y la niña llegó a hacerse mujer, sin conocer más mundo que el que se contenía en aquel marco de montañas, ni más personas que las esclavas encargadas de su servicio. Un tenebroso subterráneo, cuya entrada era un misterio para todos, permitía al Rey visitar de vez en cuando aquel paraje inaccesible, y ver desde lejos a su hija, cuando oculto entre las espesuras la miraba pasar por los laberintos del jardín.

   Se hallaba un día Cobayda (que así se llamaba la princesa) recreándose en los bosques que limitaban el recinto de la morada, cuando apareció entre los árboles un arrogante caballero, que se había perdido en la montaña y vagaba de valle en valle sin encontrar el camino que la condujera a la ciudad.

    La princesa, que nunca había visto más que en sueños una figura varonil, sintió intensa emoción ante aquel joven tan apuesto. El doncel, por su parte también se enamoró, y desde entonces, y aprovechándose de la confiada seguridad en que vivían Kadiga y sus esclavas, salía todas las noches la princesa para encontrar al joven vestido de azul, junto a las frondosas alamedas del jardín.

     El carácter antes triste y melancólico de Cobayda, se tornó alegre y animado. Esto despertó las sospechas de Kadiga, y puesta en vigilante acecho confirmó sus temores, sorprendiendo a la enamorada pareja.

  Montó en cólera el Sultán al conocer la noticia, y la comprobó por sí mismo, escuchando las palabras de amor que el hermoso joven deslizaba junto al oído de la enamorada doncella.

   Ciego de ira el Rey moro se lanzó furioso contra la feliz pareja. Un relámpago brilló cuando el Sultán desenvainó su alfanje damasquino, y la cabeza del doncel rodó largo trecho por el suelo, hasta quedarse convertida en una piedra negruzca que aún puede reconocerse fácilmente.

   La princesa, asustada por aquella terrible aparición, quedó convertida en hielo, y de sus ojos brotaron tantas lágrimas que bastaron para llenar el valle y convertirlo en un lago salado (La Laguna de Vacares), que cubrió el palacio, el valle y el jardín. El Rey, aterrado por la desesperación de aquella hija predilecta, quiso huir, pero no pudo: se había convertido en una enorme roca, que sigue enhiesta junto a la  Laguna, y gime y brama cuando en las noches de furioso temporal la recorren el remordimiento y el dolor.




BIBLIOGRAFIA:


FERNÁNDEZ, Fidel (1931) Sierra Nevada.

TITOS MARTINEZ, Manuel (1992). Leyendas de Sierra Nevada.

FERNANDEZ MARTINEZ. F y FERNÁNDEZ RUBIO,F. Sierra Nevada.


sábado, 6 de marzo de 2021

Leyendas de Granada. El aljibe de la vieja.

 


Hace unos días, un buen amigo me comentó que tenía recopiladas unas trescientas leyendas relativas a Granada. Lo primero que le dije es que se tenía que poner a escribir un libro pero de forma inmediata, aunque él, y por su experiencia personal, me dijo que no pensaba meterse en tan ardua tarea, pues por su forma de ser y su autoexigencia personal, le supondría un esfuerzo sobrenatural.


Ciertamente y a colación de esta pequeña conservación, es cierto que Granada es una ciudad que ha dado a pie a cientos de leyendas, algunas recogidas de forma excepcional, como las que dieron como fruto el libro de “Cuentos de la Alhambra”, magistralmente escrito por Washington Irving, y otras de carácter más autóctono como las de Afán de Ribera, recogidas en varias de sus obras.





Granada es una ciudad de cuento, y una ciudad de leyenda, cuyo origen hay que buscarlo en ese cambio de ciudad musulmana que tras ocho siglos pasó a ser cristiana de la noche al día. Hay que buscarlo en esos tesoros que los musulmanes dejaron enterrados en cada uno de los rincones de esta bella ciudad, hay que buscarlo en una ciudad que fue Visigoda, fue Romana, fue Judía, fue íbera, y sin embargo una ciudad cuyo origen todavía es un misterio.


En este blog hemos expuesto algunas leyendas y nuestro deseo es seguir compartiendo todas aquellas que conozcamos, pero sobre todo que nos permitan visitar el lugar, o el espacio donde tuvieron lugar, para que así nuestro lector, pueda luego acudir esos lugares y recrear los hechos acontecidos.





En esta ocasión cogemos la Leyenda de Afán de Ribera llamada “El Aljibe de la Vieja. Leyenda que en muchos de los paseos que he realizado a lo largo de los años por el Albaicín, ha sido un recurso y un aliciente más, usado por los guías turísticos, historiadores u organizadores de paseos, para complementar la visita.


LA LEYENDA:




                                                    I


-¡Qué miedo anoche, comadre María! Apenas recé las ánimas , di tres vueltas a la llave del portón y tapé las rendijas de las ventanas con los restos de mi último zagalejo. Siquiera pude dormirme pensando si el espanto del Aljibe se introduciría en mi aposento.


Zagalejo



-¡Cómo ha de ser Joaquina! Nuestros pecados llaman a voces el enojo celeste, y estamos abocados a presenciar castigos tremendos. Bien lo dice en sus sermones el padre Benito de San Diego.

-¿Y no dice también el fraile de nuestro convento vecino que no es regular que paguen justos por pecadores? - preguntó con voz estentórea y un poco tomada por el vino , un robusto mancebo con visos de soldado.

-Callaos, hereje; más valiera que acabarais de cepillar vuestro uniforme, que se lleva todas las noches la cal de la ventana de la Dorotea.

-Pues por eso lo digo, santa...mujer. Si no hubiera lenguas maldicientes y ojos que ven visiones, no se escondería apenas mi novia el sol se pone, por miedo a vuestros romances. Pero ya se buscará medio de alentar a las mozas del barrio, y de romper las costillas a fantasmas y sus procuradores.

-Insensato judío- clamaron ambas mujeres- acercándose en ademán de arañarlo.

Y en esto hubiera venido a parar el caso, si los gritos de una porción de muchachos, precursores de la llegada de una anciana, no hubiera interrumpido el poco edificante diálogo.

-¡Qué lo cuente, que lo cuente! La tía Salvadorica lo ha visto- exclamaban las voces infantiles del concurso.

-Diga cuanto sepa, -madre Salvadora, - añadieron las mozuelas que venían sirviéndole de escolta.

Ea pues, voy a complaceros – respondió parándose en medio del ya formado corro; - dejadme me siente en esta piedra , que recuerda mis primeros años, y hagamos la señal de la cruz para que el espíritu maligno no se goce en ver cómo nos espantan los srtiunfos de sus inicuas artimaña.


Aljibe de la vieja



                                                    II


Pero antes digamos al lector dónde ocurre esta escena. Alumbrada por un sol de Mayo, tal como brilla en la poética Granada, la placeta del Mentidero del antiguo Albaicín ostentaba en el año 1640 algunos restos del esplendor de aquel populoso barrio. Oíase el monótono ruido de los telares dónde se tejían las famosas cintas con tanto aprecio recibidas en América, y las festivas coplas de los trabajadores, la vista de las mujeres haciendo sus faenas en los portales de las entreabiertas moradas, y el humo del hogar que en tranquilas espirales se elevaba a las nubes, dando un aspecto de alegría y bienestar al cuadro de aquellos pasados tiempos, cuyo contrate puede formar el curioso que recorra hoy los ya descritos lugares.

Reposó un momento la Salvadora, y notando que la concurrencia estaba pendiente de sus labios, con voz agradable, aunque temblona, dijo así:


                                                    III


- Recordaréis que hace un año que murió la poseedora de aquel huertecillo que da frente a ese pequeño callejón que conduce al escondido aljibe. La pobre María Tomillo no gozaba de la mejor reputación. Sin familia, avarienta y nada devota, todo su afecto lo cifraba en el huerto, cuyos frutales cuidaba con un esmero sin límites, y defendía furiosa de los ataques de toda esa turba que me escucha. Más de una de vuestras frentes conserva recuerdos de los guijarros que os arrojaba, y algún que otro cuerpo no quedó con hueso sano al caer precipitadamente de las tapias que franqueara en mal hora. Sobre todos los árboles, una enorme y copuda higuera gozaba de su mayor predilección. Cada vez que, al madurar el sabroso fruto, las manos profanas de los muchachos del barrio cogían uno de aquellos amarillentos higos, la Tomillo prorrumpía en horribles blasfemias, y su furor no conocía límites. Muchas veces, el señor alcalde del barrio tuvo que apaciguar hondas querellas entre los vecinos, y la época de la madurez de los higos era tan notada como un principio de guerra civil. ¡Y lo que pueden las malas pasiones, queridos míos!- añadió la narradora: - afirman que la María, en un acto de cólera, al saber que Toñuelo, el hijo del sacristán, que marchó de arcabunero a los tercios reales, le había cogido lo más preciado del fruto, ofreció su alma al diablo con tal de que hechizara el árbol, y nadie pudiese saciar en él sus apetitos.


Arcabucero


-¡Qué horror! - exclamaron todos con espanto.

-Pues no paró en eso – continuo la Salvadora- Lucifer debió escuchar las suplicas de la mala hembra, pues desde entonces la higuera, cuya frondosidad aumentaba cubriendo la fresca cisterna, no se vio privada de ninguno de sus retoños, pues si algún rapazuelo cogía el más blando y amarillento higo, lo arrojaba al saborearlo, como si hubiese probado el rejalgar. Y la Tomillo, en vez de enfurecerse como antes, se reía irónicamente e invitaba a los aficionados, que huían presurosos del ya no envidiado festín. Y es más: hasta la sombra de la higuera encantada producía tan malos efectos, que quien se guarecía en ella, adquiría una enfermedad desconocida; y quien la contemplaba, divisaba en su penumbra trasgos y fantasmas que flotaban en confuso remolino.

Se sucedían las estaciones; el fruto se conservaba íntegro, y la dueña, cada vez más fosca y horrible, pasaba horas enteras admirándolo. Murió, como sabéis, hace un año, en aquella noche medrosa en que el viento hizo voltear por sí sólo las campanas de nuestra parroquia; y por más que se le haya querido echar tierra al asunto, el cuerpo de la desventurada María voló al ser conducida al cementerio.


Interior del Aljibe


- Por eso dicen que aparece en el huerto; por eso no se puede asomar ninguna a sus ventanas apenas la noche se apodera de estos contornos – añadió una colorada mozuela, que como una estatua había estando escuchando a la narradora. - A eso voy, Ritilla – replicó aquélla;- y ahora entra lo más grave de este espinoso asunto. Bien os consta que, armada de mi escapulario, no temo a los ángeles caídos, y que mi curiosidad también es de las que necesitan satisfacerse. -Ahí llaman, - interrumpió el soldado, que al principio se manifestara tan incrédulo. La mirada que le arrojó el auditorio fue tan significativa, que calló, y la anciana prosiguió diciendo: - Hace tres noches, me propuse averiguar la verdadera causa de los rugidos y lamentos que se oían sobre el aljibe. Eran las doce; me asomé a la ventana que domina el huerto, y cuando terminaron las últimas campanadas de la Vela, una sombra de mujer, parecida a la Tomillo, brotó, por decirlo así, de la boca de la cisterna, y, columpiándose en el aire, dando agudos chillidos, empezó a dar vueltas, de un modo que mareaba, al rededor de la higuera, que como por encanto se cubría de sazonado fruto. A poco, otras sombras fueron apareciendo; después otras, todas leves, vaporosas con rostro humano, y semejanzas a ya difuntos moradores de este barrio, que, formando círculo con el árbol, alargaban sus brazos a recoger las dadivas de la poseedora de la heredad. Redoblé mi cuidado, y aquellos presentes eran magníficos: unos higos eran de oro, otros de piedras preciosas y los más diminutos con que brindaba a las sombras más pequeñuelas, deberían ser de dulce, según el ansia con que los acogían los más afortunados. Después, cuando todos parecían satisfechos, la sombra primera empezó un monótono canto, y sus compañeras bailaban girando en torno del encantado árbol, primero pausada, luego conuna rapidez desconocida. Y así continuaron su locura hasta los primeros albores de la mañana, en que la sombra de la Tomillo se convirtió de repente en una espantosa lechuza, que, dando un aterrador graznido, se hundió en el aljibe mientras las restantes sombras, transformándose en feos pajarracos de agudo pico, embestían al árbol, que semejaba lanzar hondos gemidos, desapareciendo luego por el mismo sitio que su funesta precursora. Yo cerré la ventana medio muerta de susto, y ahí tenéis explicado el ruido que se escucha por las noches, y las visiones que la que deja la luz encendida contempla a traves de los agujeros de su vivienda, para perder la dulce tranquilidad del sueño. Calló la tía Salvadora; los concurrentes se marcharon medrosos a pesar del sol, y únicamente el aprendiz de soldado guiñó a tres de sus camaradas, y se dirigieron presurosos a la taberna. IV La noche del día en que se verificó la narración al aire libre, como a las once y media de la misma, cuatro bultos se dirigían a la estrecha calleja que desde las Cuestecittas conduce a la placeta del Aljibe. Ni luna ni estrellas se divisaban en la celeste bóveda, pues nubes opacas cubrían el espacio, y ningún ruido turbaba el silencio en aquel medroso contorno. Colocados enfrente de la boca del acueducto los cuatro bultos, que eran Antón el soldado y sus tres camaradas, con paso no muy seguro entornaron la espesa celosía que resguardaba el agujero, poniendo una enorme tranca apoyada en la tierra como para doble seguridad. - Ahora veremos por dónde sale la Tomillo y quién es el guapo que pone en consternación al vecindario – dijo el soldado hablando quedo a sus compañeros; - al menor golpe que sintamos, manos a las espadas, y hagamos el conjunto con tajos y reverses. - Conformes, Antón – contestó el de más edad;- pero fortalezcamos el estómago con una docena de tragos, que es una receta de gran valía contra los espantos. - Pero es señal de poco valor- le dijo otro de los jayanes, que se apoyaba en una descomunal espada. - Ya veremos cuando llegue la ocasión, señor guapo – le contestó el primero, - aunque la noche se pone tan oscura que no se verá el color de tu rostro. - Silencio – replicó Antón ; - pongámonos en esta esquina, que se acerca el momento. Las tinieblas se aumentaban por grados; un tenue rumor empezó a dejarse oir dentro del aljibe; y al extinguirse el eco de una campanada de la iglesia cercana, un golpe duro resonó en la celosía. -¿Qué suena? - se preguntaban temblando los ya acobardados mancebos. ¿No decías, Antón, que era mentira lo que se cuenta, ó nos lías traído a que nos lleven las brujas ? No estaba más tranquilo Antón; y sin responderles nada les ofreció la bota, de la que sorbieron un crecido trago. A los dos minutos, otro golpe más fuerte se hizo oír; apareció una luz pequeña, pero brillante, y una mano de esqueleto se filtró, por decirlo así, por entre los claros de la madera; quitó la tranca, y prolongándose de un modo horrible aquel huesudo brazo, llegó al esquinazo en donde estaban muertos de miedo los cuatro valentones, y les sacudió la más tremenda paliza que se pueda imaginar. Al menos así lo contaban al día siguiente al maese barbero que fue a gobernarles los desperfectos de las espaldas, por más que algunos maliciosos suponían que aquellos cardenales y chichones eran producidos por las caídas que dieron a impulsos del temor y de los vapores del mosto, en la desenfrenada carrera que tuvo por término el empedrado de la Plaza Larga. V Corrieron los tiempos; la Iglesia tomó cartas en el negocio; se exorcizó la finca, que, al pasar a distinto poseedor, cortó y deshizo el arbolado, y se prohibió, bajo pena de excomunión, hablar de aquellos maleficios; pero la Salvadora, con sus gestos, insistía en sus afirmaciones, y la tradición pasó como moneda corriente entre el vulgo, que, al mirar anualmente retoñar la siempre en balde arrancada higuera, decían en voz baja: -Por mucho que trabajen, el alma condenada de María Tomillo estará dando sus encantados frutos hasta la consumación de los siglos. 





                                                         VI


  Nosotros no podemos salir garantes de la verdad de este cuento; pero el incrédulo lector puede subir al sitio indicado, y en una limpia placeta, formada por las tapias de los huertos que la rodean, en el frente principal, descubrirán un fresco receptáculo de clarísima agua, con su medio punto árabe, su losa de piedra de Sierra Elvira, que desde tiempo inmemorial es conocido con el gráfico nombre de Aljibe de la vieja, donde aun hoy mismo las jóvenes despreocupadas van con sus relucientes cántaros a las altas horas de la noche a esperar se presente la sombra que refiere la tradición, repartiendo sus higos de oro.  

 Así termina esta leyenda contada por Antonio Joaquín Afán de Ribera en el libro Tradiciones, leyendas y cuentos granadinos, publicado al menos en la edición consultada en el año 1885. Por el texto leído encontramos varios lugares y topónimos fácilmente identificables, por supuesto el primero y el que da nombre a esta leyenda, el del Aljibe de la Vieja, que aún sigue en pie, con su portada de ladrillo, su arco musulmán y su piedra de Sierra Elvira, la plaza del Mentidero o Plaza Larga, son otros lugares que aún a fecha de hoy conservan idénticos nombres, respecto a la Iglesia mencionada, cabe esperar que se refiera a la de San Luis, por ser la más cercana a estas calles, si bien pudiera referirse a la del Salvador o San Gregorio y no tanto a Santa Isabel de los Abades, pues la pobre y debido a unas riadas fue demolida pasando su feligresía a la de San Luis. 

Antonio Joaquín Afán de Ribera



    Curioso y mención tiene el teñir de la campana de la Torre de la Vela, con la cual, los campesinos y labriegos de Granada regulaban los riegos de la Vega de Granada.

 Afortunadamente esta leyenda más o menos es conocida, incluso he encontrado una representación teatral realizada por el CEPER Almánjayar Cartuja y cuyas fotos podéis ver en el siguiente enlace.



https://blogsaverroes.juntadeandalucia.es/aulasantaamelia/2019/04/30/el-aljibe-de-la-vieja/










    Ya sólo queda que cojáis el callejero del Albayzín, y entrado por la Plaza del Mentidero, busquéis a la Salvadorica sentada en su poyete de piedra, pero si no está, no tenéis más que avanzar unos metros hasta esa pequeña placetilla dónde se encuentra el aljibe, si bien yo siempre he ido por la mañana, o como mucho al atardecer, lo mismo vosotros tenéis la valentía y osadía de acudir cuando las sombras de la noche se hacen dueñas de la calle.   


Placa Afán de Ribera


BIBLIOGRAFÍA:

Joaquín Afán de Ribera: Tradiciones, leyendas y cuentos del Albaicín 1885. El aljibe de la vieja. 

Hernández Martín, Fco Javier. El aljibe de la Vieja.