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Felipe IV |
En una fría noche de
invierno del año 1576, en una ciudad vacía, triste y oscura desde
que se había expulsado a la masa de población morisca que la
habitaba, por aquella que fue una de las principales calles de la
ciudad, la calle Elvira, paso obligado para cuantos viajeros
provienen del Norte o del Oeste, dos extraños caballeros se
adentraban en la ciudad, completamente a oscuras y sin temer a los
peligros de la noche.
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Arco de Elvira, histórica entrada a la ciudad. |
Era la medianoche, según
marcaban las campanas de la Catedral, cuando desde una pequeña casa
junto a la Parroquia de San Andrés, nuestros dos personajes
escucharon los débiles quejidos de un niño recién nacido, así
como los terribles alaridos llenos de sufrimiento del que los emitía.
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Campanario de la Iglesia de San Andrés. |
De los dos hombres, el
que aparentaba tener mayor autoridad mandó al otro llamar a la
puerta, la cual se abrió al tercer golpe asomando un hombre joven,
con cara de sufrimiento y pesar.
Al ser preguntado por los
dos extraños sobre el motivo de los llantos y gritos de sufrimiento,
el joven respondió que era un artesano falto de trabajo en esos
momentos, que su joven mujer yacía en la cama aquejada de una grave
enfermedad,y que hacía poco había dado luz a un hijo que pese a
que tuviera que ser motivo de alegría era causa de desventura.
Al preguntar los extraños
por el motivo de la desventura, el joven respondió que por causa de
esa falta de medios económicos al no encontrarse trabajando, carecía
del dinero suficiente para poder abonar los gastos a la Iglesia del
Santo Sacramento del Bautismo.
Al oír estas palabras
uno de los caballeros se apresuró a decir que mañana tendría todo
lo necesario para sufragar los gastos de la sagrada ceremonia, a
cambio de que si aquello aceptara, sería el padrino del niño. El
joven artesano aceptó la oferta y quedó entregado en cuerpo y alma
a la voluntad del caballero, el cual a continuación sacó un pequeño
saquito lleno de monedas de oro que entregó al joven artesano y lo
emplazó al día siguiente a la hora fijada para la ceremonia.
A la noche siguiente, la
Iglesia de San Andrés se encontraba completamente engalanada,
majestuosa con sus lámparas, sus velas y sus imágenes, en una de
las capillas la pila bautismal, ricas colgaduras de damasco colgaban
y cubrían las paredes, y las campanas de la Iglesia replicaban con
energía, escuchándose su sonido por toda la ciudad, acudieron los
parroquianos sin saber bien el motivo de tan fastuosa celebración.
El cura había recibido oro para organizar tan esplendorosa
ceremonia, sin haber recibido muchos más datos.
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Interior de la Iglesia de San Andrés actualmente. |
La Iglesia estaba a
rebosar cuando el tornero y una anciana mujer atravesaron el umbral
de la Iglesia con el niño en brazos, atemorizados pararon ante la
imagen que tenían ante sus ojos, pero la misma voz que habían
escuchado en la noche anterior les dijo “adelante”. El artesano
se dirigió a la capilla, en la que se situó junto al misterioso
caballero, que cubría su cara.
El órgano sonó, y
empezó la breve ceremonia para bautizar al niño del joven artesano,
hasta que llegó la hora de saber el nombre del padrino, y artífice
de tan suntuosa ceremonia. El cura extendía el acta hasta que llegó
el momento de escribir el nombre. -Felipe respondió-, pero todos
impacientes esperaban el apellido como costumbre es, -Felipe-
repitió el cura y ante la negativa repreguntó Felipe ¿De que ? -
Felipe IV, Rey de España y de sus Indias, - contestó aquél a quien
se dirigía, y tirando el embozo descubrió a los ojos de todos los
asistentes la faz del hijo del Felipe III.
El cura cayó como
fulminado al suelo, y cuando quisieron levantarlo había dado ya su
último suspiro, mientras que el joven tornero, no daba crédito a lo
que veían sus ojos.
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Zona de capillas, pendiente de restauración. |
Esta leyenda se recoge en
el libro Tradiciones Granadina, edición del año 1857 del autor
José Soler de la Fuente, bajo el título de “El compadre Felipe”,
no he hecho una copia literal de la misma, sino que he realizado un
pequeño resumen de la historia, tal y como a mí, y pese a tener una
edición del libro con la leyenda, me la han contado.
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Tradiciones Granadinas. |
En la edición original
del año 1857, figura Felipe II como el protagonista de esta
tradición, aunque en la versión que yo tengo han cambiado el nombre
por el de Felipe IV, alegando que Felipe II nunca vino a Granada.
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Felipe II |
Es cierto que Felipe IV,
vino a Granada, pero fue en el año 1624, respecto a Felipe II, es
muy probable que viniera en Mayo de 1539 cuando murió su madre
Isabel de Portugal, pero de aquella posible visita no ha quedado
ninguna referencia.
Precisamente y debido a
la visita de Felipe IV en 1624, la puerta que aún se conservaba a la
entrada de la Calle Mesones junto al río Darro, se le llamó Puerta
Real, nombre que conserva en nuestros días.
En la edición facsímil
que conservo se anota también que el archivo de la parroquia de San
Andrés se destruyó por un incendio, pero que entre sus libros
figuraba una partida que decía:
“Yo D. F. de T., cura
párroco de la parroquial de San Andrés de esta ciudad, bauticé
solemnemente a Felipe, Juan, María de la Encarnación Jiménez, hijo
etc.. Fue su compadre ...(aquí había un gran borrón, como si la
pluma hubiese caído de la mano que la sostenía. )Fue su compadre el
Sr. Felipe IV de Austria, Rey de España y de sus Indias.
Esta partida estaba
firmada por el beneficiado y no por el cura, al haberse producido la
muerte repentina de aquél.
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Puerta Real, visible en parte al fondo. |
Aquí termina esta
curiosa “tradición granadina”, más bien leyenda, que con estas
pequeñas líneas pretendo que no se olvide en antiguos libros, como
el que ha llegado a mis manos, y que en este paso a Internet y a las
nuevas tecnologías perdure en el recuerdo de los Granadinos.