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sábado, 6 de marzo de 2021

Leyendas de Granada. El aljibe de la vieja.

 


Hace unos días, un buen amigo me comentó que tenía recopiladas unas trescientas leyendas relativas a Granada. Lo primero que le dije es que se tenía que poner a escribir un libro pero de forma inmediata, aunque él, y por su experiencia personal, me dijo que no pensaba meterse en tan ardua tarea, pues por su forma de ser y su autoexigencia personal, le supondría un esfuerzo sobrenatural.


Ciertamente y a colación de esta pequeña conservación, es cierto que Granada es una ciudad que ha dado a pie a cientos de leyendas, algunas recogidas de forma excepcional, como las que dieron como fruto el libro de “Cuentos de la Alhambra”, magistralmente escrito por Washington Irving, y otras de carácter más autóctono como las de Afán de Ribera, recogidas en varias de sus obras.





Granada es una ciudad de cuento, y una ciudad de leyenda, cuyo origen hay que buscarlo en ese cambio de ciudad musulmana que tras ocho siglos pasó a ser cristiana de la noche al día. Hay que buscarlo en esos tesoros que los musulmanes dejaron enterrados en cada uno de los rincones de esta bella ciudad, hay que buscarlo en una ciudad que fue Visigoda, fue Romana, fue Judía, fue íbera, y sin embargo una ciudad cuyo origen todavía es un misterio.


En este blog hemos expuesto algunas leyendas y nuestro deseo es seguir compartiendo todas aquellas que conozcamos, pero sobre todo que nos permitan visitar el lugar, o el espacio donde tuvieron lugar, para que así nuestro lector, pueda luego acudir esos lugares y recrear los hechos acontecidos.





En esta ocasión cogemos la Leyenda de Afán de Ribera llamada “El Aljibe de la Vieja. Leyenda que en muchos de los paseos que he realizado a lo largo de los años por el Albaicín, ha sido un recurso y un aliciente más, usado por los guías turísticos, historiadores u organizadores de paseos, para complementar la visita.


LA LEYENDA:




                                                    I


-¡Qué miedo anoche, comadre María! Apenas recé las ánimas , di tres vueltas a la llave del portón y tapé las rendijas de las ventanas con los restos de mi último zagalejo. Siquiera pude dormirme pensando si el espanto del Aljibe se introduciría en mi aposento.


Zagalejo



-¡Cómo ha de ser Joaquina! Nuestros pecados llaman a voces el enojo celeste, y estamos abocados a presenciar castigos tremendos. Bien lo dice en sus sermones el padre Benito de San Diego.

-¿Y no dice también el fraile de nuestro convento vecino que no es regular que paguen justos por pecadores? - preguntó con voz estentórea y un poco tomada por el vino , un robusto mancebo con visos de soldado.

-Callaos, hereje; más valiera que acabarais de cepillar vuestro uniforme, que se lleva todas las noches la cal de la ventana de la Dorotea.

-Pues por eso lo digo, santa...mujer. Si no hubiera lenguas maldicientes y ojos que ven visiones, no se escondería apenas mi novia el sol se pone, por miedo a vuestros romances. Pero ya se buscará medio de alentar a las mozas del barrio, y de romper las costillas a fantasmas y sus procuradores.

-Insensato judío- clamaron ambas mujeres- acercándose en ademán de arañarlo.

Y en esto hubiera venido a parar el caso, si los gritos de una porción de muchachos, precursores de la llegada de una anciana, no hubiera interrumpido el poco edificante diálogo.

-¡Qué lo cuente, que lo cuente! La tía Salvadorica lo ha visto- exclamaban las voces infantiles del concurso.

-Diga cuanto sepa, -madre Salvadora, - añadieron las mozuelas que venían sirviéndole de escolta.

Ea pues, voy a complaceros – respondió parándose en medio del ya formado corro; - dejadme me siente en esta piedra , que recuerda mis primeros años, y hagamos la señal de la cruz para que el espíritu maligno no se goce en ver cómo nos espantan los srtiunfos de sus inicuas artimaña.


Aljibe de la vieja



                                                    II


Pero antes digamos al lector dónde ocurre esta escena. Alumbrada por un sol de Mayo, tal como brilla en la poética Granada, la placeta del Mentidero del antiguo Albaicín ostentaba en el año 1640 algunos restos del esplendor de aquel populoso barrio. Oíase el monótono ruido de los telares dónde se tejían las famosas cintas con tanto aprecio recibidas en América, y las festivas coplas de los trabajadores, la vista de las mujeres haciendo sus faenas en los portales de las entreabiertas moradas, y el humo del hogar que en tranquilas espirales se elevaba a las nubes, dando un aspecto de alegría y bienestar al cuadro de aquellos pasados tiempos, cuyo contrate puede formar el curioso que recorra hoy los ya descritos lugares.

Reposó un momento la Salvadora, y notando que la concurrencia estaba pendiente de sus labios, con voz agradable, aunque temblona, dijo así:


                                                    III


- Recordaréis que hace un año que murió la poseedora de aquel huertecillo que da frente a ese pequeño callejón que conduce al escondido aljibe. La pobre María Tomillo no gozaba de la mejor reputación. Sin familia, avarienta y nada devota, todo su afecto lo cifraba en el huerto, cuyos frutales cuidaba con un esmero sin límites, y defendía furiosa de los ataques de toda esa turba que me escucha. Más de una de vuestras frentes conserva recuerdos de los guijarros que os arrojaba, y algún que otro cuerpo no quedó con hueso sano al caer precipitadamente de las tapias que franqueara en mal hora. Sobre todos los árboles, una enorme y copuda higuera gozaba de su mayor predilección. Cada vez que, al madurar el sabroso fruto, las manos profanas de los muchachos del barrio cogían uno de aquellos amarillentos higos, la Tomillo prorrumpía en horribles blasfemias, y su furor no conocía límites. Muchas veces, el señor alcalde del barrio tuvo que apaciguar hondas querellas entre los vecinos, y la época de la madurez de los higos era tan notada como un principio de guerra civil. ¡Y lo que pueden las malas pasiones, queridos míos!- añadió la narradora: - afirman que la María, en un acto de cólera, al saber que Toñuelo, el hijo del sacristán, que marchó de arcabunero a los tercios reales, le había cogido lo más preciado del fruto, ofreció su alma al diablo con tal de que hechizara el árbol, y nadie pudiese saciar en él sus apetitos.


Arcabucero


-¡Qué horror! - exclamaron todos con espanto.

-Pues no paró en eso – continuo la Salvadora- Lucifer debió escuchar las suplicas de la mala hembra, pues desde entonces la higuera, cuya frondosidad aumentaba cubriendo la fresca cisterna, no se vio privada de ninguno de sus retoños, pues si algún rapazuelo cogía el más blando y amarillento higo, lo arrojaba al saborearlo, como si hubiese probado el rejalgar. Y la Tomillo, en vez de enfurecerse como antes, se reía irónicamente e invitaba a los aficionados, que huían presurosos del ya no envidiado festín. Y es más: hasta la sombra de la higuera encantada producía tan malos efectos, que quien se guarecía en ella, adquiría una enfermedad desconocida; y quien la contemplaba, divisaba en su penumbra trasgos y fantasmas que flotaban en confuso remolino.

Se sucedían las estaciones; el fruto se conservaba íntegro, y la dueña, cada vez más fosca y horrible, pasaba horas enteras admirándolo. Murió, como sabéis, hace un año, en aquella noche medrosa en que el viento hizo voltear por sí sólo las campanas de nuestra parroquia; y por más que se le haya querido echar tierra al asunto, el cuerpo de la desventurada María voló al ser conducida al cementerio.


Interior del Aljibe


- Por eso dicen que aparece en el huerto; por eso no se puede asomar ninguna a sus ventanas apenas la noche se apodera de estos contornos – añadió una colorada mozuela, que como una estatua había estando escuchando a la narradora. - A eso voy, Ritilla – replicó aquélla;- y ahora entra lo más grave de este espinoso asunto. Bien os consta que, armada de mi escapulario, no temo a los ángeles caídos, y que mi curiosidad también es de las que necesitan satisfacerse. -Ahí llaman, - interrumpió el soldado, que al principio se manifestara tan incrédulo. La mirada que le arrojó el auditorio fue tan significativa, que calló, y la anciana prosiguió diciendo: - Hace tres noches, me propuse averiguar la verdadera causa de los rugidos y lamentos que se oían sobre el aljibe. Eran las doce; me asomé a la ventana que domina el huerto, y cuando terminaron las últimas campanadas de la Vela, una sombra de mujer, parecida a la Tomillo, brotó, por decirlo así, de la boca de la cisterna, y, columpiándose en el aire, dando agudos chillidos, empezó a dar vueltas, de un modo que mareaba, al rededor de la higuera, que como por encanto se cubría de sazonado fruto. A poco, otras sombras fueron apareciendo; después otras, todas leves, vaporosas con rostro humano, y semejanzas a ya difuntos moradores de este barrio, que, formando círculo con el árbol, alargaban sus brazos a recoger las dadivas de la poseedora de la heredad. Redoblé mi cuidado, y aquellos presentes eran magníficos: unos higos eran de oro, otros de piedras preciosas y los más diminutos con que brindaba a las sombras más pequeñuelas, deberían ser de dulce, según el ansia con que los acogían los más afortunados. Después, cuando todos parecían satisfechos, la sombra primera empezó un monótono canto, y sus compañeras bailaban girando en torno del encantado árbol, primero pausada, luego conuna rapidez desconocida. Y así continuaron su locura hasta los primeros albores de la mañana, en que la sombra de la Tomillo se convirtió de repente en una espantosa lechuza, que, dando un aterrador graznido, se hundió en el aljibe mientras las restantes sombras, transformándose en feos pajarracos de agudo pico, embestían al árbol, que semejaba lanzar hondos gemidos, desapareciendo luego por el mismo sitio que su funesta precursora. Yo cerré la ventana medio muerta de susto, y ahí tenéis explicado el ruido que se escucha por las noches, y las visiones que la que deja la luz encendida contempla a traves de los agujeros de su vivienda, para perder la dulce tranquilidad del sueño. Calló la tía Salvadora; los concurrentes se marcharon medrosos a pesar del sol, y únicamente el aprendiz de soldado guiñó a tres de sus camaradas, y se dirigieron presurosos a la taberna. IV La noche del día en que se verificó la narración al aire libre, como a las once y media de la misma, cuatro bultos se dirigían a la estrecha calleja que desde las Cuestecittas conduce a la placeta del Aljibe. Ni luna ni estrellas se divisaban en la celeste bóveda, pues nubes opacas cubrían el espacio, y ningún ruido turbaba el silencio en aquel medroso contorno. Colocados enfrente de la boca del acueducto los cuatro bultos, que eran Antón el soldado y sus tres camaradas, con paso no muy seguro entornaron la espesa celosía que resguardaba el agujero, poniendo una enorme tranca apoyada en la tierra como para doble seguridad. - Ahora veremos por dónde sale la Tomillo y quién es el guapo que pone en consternación al vecindario – dijo el soldado hablando quedo a sus compañeros; - al menor golpe que sintamos, manos a las espadas, y hagamos el conjunto con tajos y reverses. - Conformes, Antón – contestó el de más edad;- pero fortalezcamos el estómago con una docena de tragos, que es una receta de gran valía contra los espantos. - Pero es señal de poco valor- le dijo otro de los jayanes, que se apoyaba en una descomunal espada. - Ya veremos cuando llegue la ocasión, señor guapo – le contestó el primero, - aunque la noche se pone tan oscura que no se verá el color de tu rostro. - Silencio – replicó Antón ; - pongámonos en esta esquina, que se acerca el momento. Las tinieblas se aumentaban por grados; un tenue rumor empezó a dejarse oir dentro del aljibe; y al extinguirse el eco de una campanada de la iglesia cercana, un golpe duro resonó en la celosía. -¿Qué suena? - se preguntaban temblando los ya acobardados mancebos. ¿No decías, Antón, que era mentira lo que se cuenta, ó nos lías traído a que nos lleven las brujas ? No estaba más tranquilo Antón; y sin responderles nada les ofreció la bota, de la que sorbieron un crecido trago. A los dos minutos, otro golpe más fuerte se hizo oír; apareció una luz pequeña, pero brillante, y una mano de esqueleto se filtró, por decirlo así, por entre los claros de la madera; quitó la tranca, y prolongándose de un modo horrible aquel huesudo brazo, llegó al esquinazo en donde estaban muertos de miedo los cuatro valentones, y les sacudió la más tremenda paliza que se pueda imaginar. Al menos así lo contaban al día siguiente al maese barbero que fue a gobernarles los desperfectos de las espaldas, por más que algunos maliciosos suponían que aquellos cardenales y chichones eran producidos por las caídas que dieron a impulsos del temor y de los vapores del mosto, en la desenfrenada carrera que tuvo por término el empedrado de la Plaza Larga. V Corrieron los tiempos; la Iglesia tomó cartas en el negocio; se exorcizó la finca, que, al pasar a distinto poseedor, cortó y deshizo el arbolado, y se prohibió, bajo pena de excomunión, hablar de aquellos maleficios; pero la Salvadora, con sus gestos, insistía en sus afirmaciones, y la tradición pasó como moneda corriente entre el vulgo, que, al mirar anualmente retoñar la siempre en balde arrancada higuera, decían en voz baja: -Por mucho que trabajen, el alma condenada de María Tomillo estará dando sus encantados frutos hasta la consumación de los siglos. 





                                                         VI


  Nosotros no podemos salir garantes de la verdad de este cuento; pero el incrédulo lector puede subir al sitio indicado, y en una limpia placeta, formada por las tapias de los huertos que la rodean, en el frente principal, descubrirán un fresco receptáculo de clarísima agua, con su medio punto árabe, su losa de piedra de Sierra Elvira, que desde tiempo inmemorial es conocido con el gráfico nombre de Aljibe de la vieja, donde aun hoy mismo las jóvenes despreocupadas van con sus relucientes cántaros a las altas horas de la noche a esperar se presente la sombra que refiere la tradición, repartiendo sus higos de oro.  

 Así termina esta leyenda contada por Antonio Joaquín Afán de Ribera en el libro Tradiciones, leyendas y cuentos granadinos, publicado al menos en la edición consultada en el año 1885. Por el texto leído encontramos varios lugares y topónimos fácilmente identificables, por supuesto el primero y el que da nombre a esta leyenda, el del Aljibe de la Vieja, que aún sigue en pie, con su portada de ladrillo, su arco musulmán y su piedra de Sierra Elvira, la plaza del Mentidero o Plaza Larga, son otros lugares que aún a fecha de hoy conservan idénticos nombres, respecto a la Iglesia mencionada, cabe esperar que se refiera a la de San Luis, por ser la más cercana a estas calles, si bien pudiera referirse a la del Salvador o San Gregorio y no tanto a Santa Isabel de los Abades, pues la pobre y debido a unas riadas fue demolida pasando su feligresía a la de San Luis. 

Antonio Joaquín Afán de Ribera



    Curioso y mención tiene el teñir de la campana de la Torre de la Vela, con la cual, los campesinos y labriegos de Granada regulaban los riegos de la Vega de Granada.

 Afortunadamente esta leyenda más o menos es conocida, incluso he encontrado una representación teatral realizada por el CEPER Almánjayar Cartuja y cuyas fotos podéis ver en el siguiente enlace.



https://blogsaverroes.juntadeandalucia.es/aulasantaamelia/2019/04/30/el-aljibe-de-la-vieja/










    Ya sólo queda que cojáis el callejero del Albayzín, y entrado por la Plaza del Mentidero, busquéis a la Salvadorica sentada en su poyete de piedra, pero si no está, no tenéis más que avanzar unos metros hasta esa pequeña placetilla dónde se encuentra el aljibe, si bien yo siempre he ido por la mañana, o como mucho al atardecer, lo mismo vosotros tenéis la valentía y osadía de acudir cuando las sombras de la noche se hacen dueñas de la calle.   


Placa Afán de Ribera


BIBLIOGRAFÍA:

Joaquín Afán de Ribera: Tradiciones, leyendas y cuentos del Albaicín 1885. El aljibe de la vieja. 

Hernández Martín, Fco Javier. El aljibe de la Vieja.

domingo, 19 de marzo de 2017

Aljibe de la Vieja.

Aljibe de la Vieja


Este Aljibe se nutre del agua que viene del Ramal de San Luis, justo antes de llegar al Aljibe de Santa Isabel de los Abades, hay un partidor que distribuye el agua hasta este lugar. Se encuentra en la Plaza del mismo nombre bajo el jardín de un Carmen.

En el siglo XVII se le conocía como Aljibe de la Rábita, por haber pertenecido a la Rábita del Aceituno, aunque también se le ha conocido como Aljama del Olivo. Nuevamente tenemos un aljibe directamente vinculado a un edificio de índole religioso. 

Aljibe de la Vieja antes de su última restauración.

El aljibe consta de una nave cubierta con bóveda esquifiada que se corta con otra de cañón, sus muros son de ladrillo colocados a toga y tizón. Todo el conjunto interior está protegido por un enfoscado de mortero de cal blanca. El suelo es de ladrillo, y las dimensiones del aljibe son 4,89 por 2,35 por 4,04 metros lo que hace que tenga una capacidad de 31 m3. 

Interior del Aljibe.

Interior del Aljibe

Interior del Aljibe


Desde su interior se aprecia aún el agujero por el cual llegaba el agua y por el que rebosaba. El Brocal del aljibe es de Piedra de Sierra Elvira. 

Brocal del Aljibe.


Está datado en el siglo XIV, exteriormente ha cambiado bastante debido al Carmen bajo el cual se cobija, tiene un pequeño arco de herradura apuntado, y a ambos lados hay una especie de nichos cuya finalidad se desconoce. Antiguamente estaría de Rojo según las descripciones de época. 

Laterales del Aljibe.


El aljibe en la Placeta del mismo nombre y bajo el Jardín de un Carmen.


Este aljibe también es famoso o conocido por su leyenda, la cual paso a relatar a continuación :

Era en este aljibe donde se encontraba el Huerto de María Tomillo,una vieja y solitaria mujer que solo vivía obsesionada por un árbol de su huerto, su magnifica higuera.
Se trataba de una higuera extraordinaria, ya que sus famosos higos eran de sabor muy dulce y excepcional pero solo para aquel que conseguía hacerse con uno de estos frutos,ya que María los vigilaba durante el día y la noche.
Muchos eran los que, rendidos a la tentación, se acercaban a la casa de María,pero ella les lanzaba piedras para espantarlos de forma incansable.
Atormentada por esta situación,la Tomillo, en un ataque de rabia frutada se conjuro a Lucifer y a cambio de la eternidad de su alma,este le concedió su deseo,cambiar el sabor del fruto a amargo para que nadie nunca mas se llevara sus ansiados higos.
Casualmente al poco tiempo de esto,la Tomillo apareció muerta junto a su higuera, la misma que le costo el ultimo aliento de su vida por tanta agonía.


Fue en aquel momento,cuando comenzaron los rumores, los vecinos empezaron a inquietarse por los hechos que dieron comienzo sobre el aljibe cuando acontecía la noche.
Al terminar la ultima campanada de la Vela, que daba la bienvenida a la medianoche,comenzaban a surgir gritos y lamentos que procedían del antiguo huerto.
Cuentan así,los testigos de este encantamiento,que podían ver a María Tomillo convertida en una sombra negra dando vueltas alrededor de su higuera,le acompañaban otras sombras que bailaban y cantaban junto a ella,mientras que brotaban higos de un intenso brillo,según la leyenda,hechos de oro y diamantes.
Esta danza,convertida en un oscuro remolino,se sucedía hasta el amanecer,momento en que el fantasma de María Tomillo se convertía en lechuza y atravesaba el aljibe hasta desaparecer al igual que sus acompañantes misteriosos.
Fue tal el temor de estos vecinos,que fueron enviados cuatro soldados a este aljibe, una noche mas, para poder comprobar si se trataba de un cuento o si era cierto que el espíritu de esta anciana se aparecía noche tras noche.
Una vez situados en el,una sombra negra trasformada en esqueleto surgió del aljibe golpeándolos sin cesar y cuentan que corrieron despavoridos hasta Plaza Larga, muertos del miedo y llenos de incontables moratones.
Fue entonces cuando la Santa Iglesia apareció en escena,exorcizando esta finca y cortando dicha Higuera para poder acabar con tal maleficio.
Pero la leyenda continua diciendo….“Por mucho que trabajen,el alma condenada de María Tomillo estará dando sus encantados frutos hasta la consumición de los siglos…”  
Y son muchos los que afirman que, esa higuera maldita,tras se cortada,volvía a brotar una y otra vez…
Y puede también,que si paseáis por este lugar,mientras escucháis llegar la medianoche,os asalte el espíritu de la tomillo ofreciéndoos sus higos de oro,tal y como paso entonces.
En esta historia,contada por generación a generación,hay quien mantiene que solo era una cortina de entresijos que ocultaba una trama de contrabando de oro por mafiosos de aquella época….,pero yo soy de las que creen,que cuando algo cobra tanta fuerza es porque,algún día fue real.(extraído de Albaicín leyendas (www.albaicinleyendas.wordpress.com )

Situación del aljibe.

DATOS DE INTERÉS:

PRECIO: Gratis
HORARIO: No aplicable.
VISITA PARA GRANADINOS:Imprescindible para cualquier Granadino, dejarnos caer por esta zona poco conocida por todos del Albaicín y dar un paseo, siguiendo sus callejuelas, y este ramal de la acequia de Aynadamar.
VISITA PARA EXTRANJEROS: Si nos adentramos en el Albaicín, y queremos verlo entero, necesitamos más de un día para ello, esta parte es muy bonita y tiene lugares de especial encanto. No sólo sus aljibes, sino también miradores fantásticos o puertas de entrada a la ciudad, así como casas moriscas.
COMO LLEGAR: Claramente andando, aunque sea desde el centro, pues en esa subida hasta este punto, tendremos que atravesar todo el barrio. Las otras opciones, son el autobús que sale desde la Plaza de Isabel la Católica, o bien en taxi, el coche particular, totalmente prohibido, no sólo no hay donde dejarlo, sino que además hay un sistema de pilonas que impide la entrada al barrio.